Kim Jong-un y Donald Trump se enzarzan en una escalada sin precedentes

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No es una película de catástrofes. Se enciende una crisis muy peligrosa porque enfrenta a dos líderes bajo el mismo patrón, sin margen de contención. Son personalidades asentadas en el órdago (apuesta sobre apuesta, ultimátum y contraultimátum). 



Desde su club de golf en Bedminster, en New Jersey, y junto a su vicepresidente, Mike Pence, Donald Trump afirmó sobre su primera amenaza directa a Corea del Norte que "quizá no fue lo bastante dura".

Entonces advirtió a Corea del Norte con "un fuego y una furia jamás vistos en el mundo" si seguían amenazando a Estados Unidos. La respuesta de Kim Jong-un a Donald Trump fue la de revelar el plan para atacar las bases de Estados Unidos en la isla de Guam, la llave estratégica en la región de Asia Pacífico.

Donald Trump advirtió a la vez a Corea del Norte que, si lo hace, "encontrará con lo nunca visto". Japón, Corea del Sur y Australia -aliados de Estados Unidos en Asia Pacífico- han llamado a la contención. Pero la crisis sigue avanzando y se desborda.

"Hay gente que dice que fue demasiado duro, quizá no fue lo bastante duro", fue el énfasis de Donald Trump desde Bedminster, en New Jersey. Allí celebró una reunión de célula de crisis con su vicepresidente, Mike Pence; su asesor de seguridad nacional, H.R. McMaster; y su jefe de gabinete, John Kelly.

Sobre esta escalada, dos cuestiones importantes.

Donald Trump había arrancado  del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas lo que son nuevas y duras sanciones económicas. Pudo haberse mostrado fuerte en su triunfo diplomático. No lo hizo. Encalló de nuevo en su retórica demagógica, su populismo belicista. Mostró que su talla no es la de un líder. Y que la Casa Blanca no le ha marcado aún con el sello presidencial.

La segunda apreciación es más grave. Nadie supo que estaba dispuesto a entrar en la vorágine de una escalada sin precedentes. Es el presidente del ocultimo y el arrebato. El bombero pirómano que descarga, de manera infantil, toda su furia en tuits y actúa como si la vida fuera una consola de videojuegos bajo el brazo. En el otro, sus palos de golf.

Atención a esta crisis. El secretario de Estado, Rex Tillerson,  llama al sosiego y a la prudencia. Frente a él, Jim Mattis, jefe del Pentágono, reafirma el poder militar de Estados Unidos.

Hay un cierto parelelismo con la crisis de los misiles pero con una diferencia fundamental.

John F. Kennedy buscó siempre el pacto. En días de angustia sabía el enorme riesgo que se afrontaba. Al borde del precipicio, actuó con firmeza pero a la vez con prudencia. Anidaba la esperaza en su corazón. El drama no llegó. Nunca lo deseó ni lo alentó.

Donald Trump, en su guión de show, como si la Casa Blanca, y ahora su club de golf en vacaciones, fueran los platós de un reality, sabe que está bajo todos los focos. Sólo a él le compete ser el jefe militar. Y no duda en comparecer altivo y arrogante ante las cámaras tras sus tuits compulsivos. Pensar sólo en ganar la guerra puede llegar a ser la mayor de las trampas y el error más letal. ¿Donald Trump enardecido frente a los viejos generales a la sombra de un joven déspota lleno de soberbia?

Realmente un momento peligroso. Lo saben sobre todo los dos estrechos aliados de Estados Unidos en Asia Pacífico con las heridas nnca cerradas del drama, el sufrimiento y la muerte.
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